
Today we celebrate the Solemnity of the Body and Blood of the Lord, or as it used to be called, Corpus Christi. For us Catholics, Jesus Christ is really and truly present in the Eucharist uniting us to his Passion, Death and Resurrection, nourishing us. Unlike many other Christian Churches, we do not believe that the Eucharist just points to the Lord or signifies our union with Christ. We Catholics believe that the Eucharist is the Lord. We believe that when we receive Communion, we receive Jesus within us, sanctifying us. We speak to the Lord within us. When the bread and wine are consecrated during the Mass, the very substance or essence of the bread and wine is changed from the physical to the spiritual. We call this the Real Presence. That is why we say that the hosts and the wine are consecrated, not just blessed. That is also why the hosts which are consecrated during the Mass are reserved in our tabernacles after Mass. We can then take the Real Presence of the Lord to the sick and dying. We also can worship before the Eucharistic presence of the Lord here in Church. The Eucharist is the meal of the Catholic community, but it is far more than just a meal of fellowship. Each person who receives communion receives the Body of Christ within him or her as individuals. In this way each person is united together to the total Mystical Body of Christ. Our union is far more than fellowship. Perhaps the best example is the one St. John gives: the example of the vine and the branches. The branches of a vine or a tree do not just live in fellowship with each other, they live united to each other through their union to the life-giving trunk. We are the branches united to the vine and sustained by the life force of the Eucharist. The Solemnity of the Body and Blood of the Lord is a good time for a bit of a refresher regarding proper reverence in the church and when receiving communion. Because we believe that Jesus in present in the Blessed Sacrament within our tabernacles, we need to show reverence in Church. We need to speak to the Lord within us. We need to pray directly to Jesus inside of us in the Eucharist. It so wrong and so disrespectful to the Presence of the Lord for us to receive communion and then ignore the One within us. We have been entrusted with the Body of Christ. We must care for this gift properly. The Solemnity of the Body and Blood of the Lord leads us to reflect on the depth of this great gift. The celebration reminds us that when we receive communion, we do not just perform a symbolic action, we receive Jesus Christ. May we do so with reverence • AE

ADORO TE DEVOTE
I devoutly adore you, O hidden Deity,
Truly hidden beneath these appearances.
My whole heart submits to you,
And in contemplating you, It surrenders itself completely.
Sight, touch, taste are all deceived in their judgment of you,
But hearing suffices firmly to believe.
I believe all that the Son of God has spoken;
There is nothing truer than this word of truth.
On the cross only the divinity was hidden,
But here the humanity is also hidden.
Yet believing and confessing both,
I ask for what the repentant thief asked.
I do not see the wounds as Thomas did,
But I confess that you are my God.
Make me believe more and more in you,
Hope in you, and love you.
O memorial of our Lord’s death!
Living bread that gives life to man,
Grant my soul to live on you,
And always to savor your sweetness.
Lord Jesus, Good Pelican,
wash my filthiness and clean me with your blood,
One drop of which can free
the entire world of all its sins.
Jesus, whom now I see hidden,
I ask you to fulfill what I so desire:
That the sight of your face being unveiled
I may have the happiness of seeing your glory. Amen •
Fr. Agustin Schedule for the solemnity of The Solemnity of the Body and Blood of the Lord (2022)

Sunday June 19, 2022
12.00 p.m. Holy Mass (English Mass @ Main Church)
3.00 p.m. Misa en español (Iglesia grande)
¡ALTISIMO SEÑOR!
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (2022)

Cuál es el significado de la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo? Nos los explica la misma celebración que estamos realizando, con el desarrollo de sus gestos fundamentales: ante todo, nos hemos reunido alrededor del Señor para estar juntos en su presencia; en segundo lugar, tendrá lugar la procesión, es decir, caminar con el Señor; por último, vendrá el arrodillarse ante el Señor, la adoración que comienza ya en la misa y acompaña toda la procesión, pero que culmina en el momento final de la bendición eucarística, cuando todos nos postraremos ante Aquél que se ha agachado hasta nosotros y ha dado la vida por nosotros. Analicemos brevemente estas tres actitudes para que sean expresión de nuestra fe y de nuestra vida.
REUNIRSE EN LA PRESENCIA DEL SEÑOR.
El primer acto es el de reunirse en la presencia del Señor. Es lo que antiguamente se llamaba statio. Imaginemos por un momento que en toda Roma sólo existiera este altar, y que se invitara a todos los cristianos de la ciudad a reunirse aquí, para celebrar al Salvador, muerto y resucitado. Esto nos permite hacernos una idea de cuáles fueron los orígenes de la celebración eucarística, en Roma y en otras muchas ciudades, a las que llegaba el mensaje evangélico: en cada Iglesia particular había un solo obispo y, a su alrededor, alrededor de la Eucaristía celebrada por él, se constituía la comunidad, única, pues uno era el Cáliz bendecido y uno era el Pan partido, como hemos escuchado en las palabras del apóstol Pablo en la segunda lectura[2]. Pasa por la mente otra famosa expresión de Pablo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús[3]. ¡Todos vosotros sois uno!. En estas palabras se percibe la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia humana, que se experimenta precisamente alrededor de la Eucaristía: aquí se reúnen en la presencia del Señor personas de diferentes edades, sexo, condición social, ideas políticas. La Eucaristía no puede ser nunca un hecho privado, reservado a personas escogidas según afinidades o amistad. La Eucaristía es un culto público, que no tiene nada de esotérico, de exclusivo. En esta tarde, no hemos decidido con quién queríamos reunirnos, hemos venido y nos encontramos unos junto a otros, reunidos por la fe y llamados a convertirnos en un único cuerpo, compartiendo el único Pan que es Cristo. Estamos unidos más allá de nuestras diferencias de nacionalidad, de profesión, de clase social, de ideas políticas: nos abrimos los unos a los otros para convertirnos en una sola cosa a partir de Él. Esta ha sido desde los inicios la característica del cristianismo, realizada visiblemente alrededor de la Eucaristía, y es necesario velar siempre para que las tentaciones del particularismo, aunque sea de buena fe, no vayan en el sentido opuesto. Por tanto, el Corpus Christi nos recuerda ante todo esto: ser cristianos quiere decir reunirse desde todas las partes para estar en la presencia del único Señor y ser uno en Él y con Él.
CAMINAR CON EL SEÑOR.
El segundo aspecto constitutivo es caminar con el Señor. Es la realidad manifestada por la procesión, que viviremos juntos tras la santa misa, como una prolongación natural de la misma, avanzando tras Aquél que es el Camino. Con el don de sí mismo en la Eucaristía, el Señor Jesús nos libera de nuestras «parálisis», nos vuelve a levantar y nos hace «proceder», nos hace dar un paso adelante, y luego otro, y de este modo nos pone en camino, con la fuerza de este Pan de la vida. Como le sucedió al profeta Elías, que se había refugiado en el desierto por miedo de sus enemigos, y había decidido dejarse morir[4]. Pero Dios le despertó y le puso a su lado una torta recién cocida: Levántate y come –le dijo- porque el camino es demasiado largo para ti[5]. La procesión del Corpus Christi nos enseña que la Eucaristía nos quiere liberar de todo abatimiento y desconsuelo, quiere volver a levantarnos para que podamos retomar el camino con la fuerza que Dios nos da a través de Jesucristo. Es la experiencia del pueblo de Israel en el éxodo de Egipto, la larga peregrinación a través del desierto, de la que nos ha hablado la primera lectura. Una experiencia que para Israel es constitutiva, pero que para toda la humanidad resulta ejemplar. De hecho, la expresión no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca del Señor[6] una afirmación universal, que se refiere a cada hombre en cuanto hombre. Cada uno puede encontrar su propio camino, si encuentra a Aquél que es Palabra y Pan de vida y se deja guiar por su amigable presencia. Sin el Dios-con-nosotros, el Dios cercano, ¿cómo podemos afrontar la peregrinación de la existencia, ya sea individualmente ya sea como sociedad y familia de los pueblos? La Eucaristía es el sacramento del Dios que no nos deja solos en el camino, sino que se pone a nuestro lado y nos indica la dirección. De hecho, ¡no es suficiente avanzar, es necesario ver hacia dónde se va! No basta el «progreso», sino no hay criterios de referencia. Es más, se sale del camino, se corre el riesgo de caer en un precipicio, o de alejarse de la meta. Dios nos ha creado libres, pero no nos ha dejado solos: se ha hecho él mismo «camino» y ha venido a caminar junto a nosotros para que nuestra libertad tenga el criterio para discernir el camino justo y recorrerlo.
ARRODILLARSE EN ADORACIÓN ANTE EL SEÑOR.
Al llegar a este momento no es posible de dejar de pensar en el inicio del «decálogo», los 10 mandamientos, en donde está escrito: «Yo, el Señor, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí»[7]. Encontramos aquí el tercer elemento constitutivo del Corpus Christi: arrodillarse en adoración ante el Señor. Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Nosotros, los cristianos, sólo nos arrodillamos ante el santísimo Sacramento, porque en él sabemos y creemos que está presente el único Dios verdadero, que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a su unigénito Hijo[8]. Nos postramos ante un Dios que se ha abajado en primer lugar hacia el hombre, como el Buen Samaritano, para socorrerle y volverle a dar la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, quien da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la más pequeña criatura, a toda la historia humana y a la más breve existencia. La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística, en la que el alma sigue alimentándose: se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquél ante el que nos postramos no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma. Por este motivo, reunirnos, caminar, adorar, nos llena de alegría. Al hacer nuestra la actitud de adoración de María, a quien recordamos particularmente en este mes de mayo, rezamos por nosotros y por todos; rezamos por cada persona que vive en esta ciudad para que pueda conocerte e ti, Padre, y a Aquél que tú has enviado, Jesucristo. Y de este modo tener la vida en abundancia. Amén • AE
[1] Homilía pronunciada por Su Santidad Benedicto XVI en la solemnidad del Corpus Christi del año 2008, al presidir la celebración eucarística en la plaza de la Basílica de San Juan de Letrán, en Roma. [2] Cf. 1 Cor 10, 16-17. [3] Ga 3, 28 [4] Cf. 1Reyes 19,1-4 [5] 1 Reyes 19, 5.7 [6] Deut 8, 3. [7] Ex 20, 2-3 [8] Cf. Jn 3, 16.
