Twenty-eighth Sunday in Ordinary Time (Cycle A)

B. E. Murillo, Conversion of Paul the Apostle (1682), oil on canvas, Museo Nacional del Prado (Madrid)

In today’s second reading Paul is addressing his beloved Philippians. He is elated that they are concerned about his welfare, but he tells them not to worry about him. He knows how to live in poverty and how to enjoy abundance. He knows joy. He knows suffering. He also knows that he is not alone. He tells them that he can do all things in Him who strengthens him. And so can we. Our lives have a great deal in common with Paul’s life. There are times that we have joined with what the mob says is right. We have stood with Saul of Tarsus as St. Stephen was stoned. We kept quiet as people at work, or school, or in the neighborhood, perhaps even family members verbally attacked our Catholic Faith. In that way we participated in the stoning of Christianity. Or, perhaps, we let ourselves go, chose immorality, and then mocked those who were trying to live a decent life. Still, God does not give up on us. Ever. Sometimes he allows life to knock us to the ground, but then He calls us out of blindness into His Light. Maybe we suddenly realized that the main problem of our lives was within us, not around us. We call upon the Lord to heal us and guide us. Then we trust in Him, we trust Him to such a degree that we proclaim with Paul, «I can do all things in Him who strengthens me.» So, what exactly are we really called to do in life? What are our lives really about? The challenges of life, tension in our family, or your marriages, difficulties in school, or work, or lack of work, difficulties with friends and those who do not want our friendship, all those things that really irritate us; none of these are what life is about. Life is about Jesus Christ. Life is about proclaiming His Presence to a world that longs for Him. I can do this. We can do this. No matter what difficulties we might have, no matter what challenges we may need to overcome; we can do this. Here is what matters: Jesus Christ is what matters, or, more correctly, He is the One who matters.

We can live His Life and thereby have purpose in our lives. We can do this because He gives us His Life. We can do all things in Him who strengthens us. Jesus took a man named Saul, a man who murdered Jesus’ first followers, and transformed Saul into Paul, the great apostle of the early Church. The Lord transforms each of us. He takes each of us, with all our humanity, with all our weakness, and He uses us to make Him present for others. There is nothing that matters that we cannot do with Him. I, we, can do all things in Him who strengthens us • AE


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St. Dominic Catholic Church

Weekend Schedule

Saturday October 14, 2023

3.00 p.m. Sacrament of Reconciliation – Fr. Jaime P.

5.00 p.m. Holy Mass – Fr. Jaime P.

Sunday October 15, 2023

7.30 a.m. Holy Mass – Fr. Jaime P.

10.00 a.m. Holy Mass – Fr. Jaime P.

12,30 p.m. Holy Mass – Fr. Lambert Billy

3.00 p.m. Santa Misa – P. Isidro García


XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Francisco de Goya y Lucientes, El Pelele (1791), cartón para tapiz, Museo Nacional del Prado (Madrid)

La parábola de Jesús es de una gran actualidad. La invitación -Su invitación- sigue abierta, pero los convidados no hacen caso. Están ocupados en sus tierras, sus negocios… sus cosas. ¿Dónde buscan los hombres de hoy la felicidad? ¿A qué puertas llaman buscando salvación? Para la gran mayoría la felicidad está en tener más, comprar más, poseer más cosas y más seguridad. Otros buscan el goce inmediato e individualista. Es preciso huir del dolor, refugiarse en el placer del presente. Hay quienes se entregan al cuidado del cuerpo para mantenerse en forma, hay toda una ansiedad por ser eternamente joven; no envejecer nunca. Son, en fin, muchas las ofertas de salvación en nuestra sociedad. Pero son ofertas parciales, reductoras, que no proporcionan todo lo que el hombre anda buscando. El hombre sigue insatisfecho. Y la invitación de Dios sigue resonando. Su invitación la hemos de percibir no al margen, sino en medio de las insatisfacciones, gozos, luchas e incertidumbres de nuestra vida.

Es bueno que el hombre busque un bienestar mayor para todos, pero, ¿qué plenitud puede haber tras ese afán de poseer televisores cada vez más perfectos, coches más veloces, electrodomésticos más sofisticados y teléfonos más inteligentes? ¿No hay personas que poseen ya demasiadas cosas para ser felices? Porque, después de caminar a la búsqueda de tantas cosas, no son pocos los que pierden su libertad, su capacidad de amar, su ternura, el disfrute sencillo de la vida. Es normal que las nuevas generaciones busquen con afán otro tipo de salvación. Pero, ¿qué plenitud se puede encontrar cuando se han estrujado todas las posibilidades del sexo, se ha vuelto del viaje de las drogas o se ha hundido uno en el aislamiento de un consumismo total? Los hombres seguirán siendo unos eternos buscadores de orientación, felicidad, plenitud, verdad, amor. Los hombres seguirán buscando, de alguna manera, el Absoluto. Por eso, en medio de nuestra vida, a veces tan alocada y superficial, en medio de nuestra búsqueda vana de felicidad total, debemos estar alertas y detenernos un momento, no vayamos a estar ignorando la invitación del señor, invitación que otros hombres y mujeres, sencillos y pobres, están escuchando con gozo en los cruces de los caminos de este mundo nuestro tan paradójico y tan consumista. En estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes hemos abandonado nuestras iglesias, y sólo acudimos a ellos a la eucaristía del domingo, y no siempre. Se nos ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma de un lugar sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz. Cuánto necesitamos hoy ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía interior. Acostumbrados al ruido y a las palabras, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y enriquece de verdad al hombre aquello que es capaz de escuchar en lo más hondo de su ser. Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como hombres y como creyentes. La parábola de Jesús es una grave advertencia. Dios no cesa de llamarnos, pero, lo mismo que los invitados del relato, seguimos cada uno ¡ay! ocupados en nuestras cosas, sin escuchar su voz con atención y con amor • AE


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