
Mary was a Jewish girl and the perfect person to be the mother of God. She continually turned to the Lord, making God present not only physically, at Bethlehem, but spiritually wherever she was. To meet her would be to understand the quality of love the Lord was bringing to the world. The paintings and statues of Mary that I like best are those that depict her as a young mother, holding up her baby for him to bless the world. As a man, I can never fathom what it must be like to hold in your arms the child that lived inside you for nine months. What must have it been like for Mary to hold Jesus? Did she see herself? Did she see her family traits, her father’s eyes, her Uncle Solomon’s cleft chin? Did she see the baby’s Eternal Father, the First Person of the Trinity? Did Mary see in Jesus the Mercy of God, the Peace of God, the Compassion of God for his people, a people that struggled to get by in the darkness of a world that had rejected its Creator? How much did Mary love this child? Certainly, she loved him as much as every mother loves her child. But she must have loved him even more than this. She must have loved this child with, as the preface for Advent says, a love beyond all telling. She loved the child created within her, and she loved the Creator whom the child perfectly reflected. So, it is reasonable to depict Mary holding the child up for him to bless the world, to bless us.
Her resolve to fulfill God’s plan for her and for all people resulted in our Savior becoming one of us. Mary is the only person in Scripture to be present in every aspect of Jesus’ life from his birth to his death. She is always there, saying to us: Look here is your Savior, my son. Just as Mary was resolved to make God present in the world through her faith and obedience, we are called to make God present to the world.
Let´s start this year considering the mystery of Jesus’s presence in our lives. We need to search for ways to bring this presence to others. Like Mary, we have to hold Jesus up to a world that seeks His blessing, that yearns for His salvation • AE

Solemnity of the Blessed Virgin Mary, the Mother of God

Monday, January 1, 2024 (NOT a Holiday of Obligation this year)
8.30 a.m. Mass – Fr. Agustin
Himno Akathistos
El Akáthistos (a veces pasa al español como «acátisto») es un gran himno de la liturgia oriental griega que medita sobre el misterio de la Maternidad Divina. Akáthistos quiere decir «no sentado». Se le llama así porque, a diferencia de otros himnos en la liturgia bizantina, se canta y escucha de pie como el Evangelio en señal de especial reverencia. La Iglesia oriental lo considera como expresión de su doctrina y piedad hacia la Madre de Dios. En el rito bizantino ocupa un lugar privilegiado y goza de su propia fiesta (el quinto sábado de cuaresma, llamado precisamente por eso sábado de Akáthistos) Es un himno de acción de gracias. La ciudad de Constantinopla, consagrada a María, cuando se veía asediada por los bárbaros recurría a su protección; y le daba gracias con vigilias y cánticos en su honor. Según el relato del Sinaxario, el Akáthistos habría tomado su nombre de las celebraciones nocturnas de agradecimiento a María: «Celebramos esta fiesta en recuerdo de las prodigiosas intervenciones de la Inmaculada Madre de Dios. Como recuerdo de estas liberaciones de Constantinopla, que todos atribuían a la Virgen, quedó la solemne introducción al Akáthistos (probablemente a partir del del s. VIII) •
Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (2024)

Desde el siglo IV, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, inicia el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre nuestra. Los cristianos de hoy tendríamos que preguntarnos qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hemos empobrecido nuestra fe eliminándola demasiado de nuestra vida.
Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más sólida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y extraviadas. Hemos cuidado de superar una falsa mariolatría en la que, tal vez, sustituíamos a Cristo por María y veíamos en Ella la salvación, el perdón y la redención que, en realidad, hemos de acoger desde su Hijo. Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura. Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?
Un abandono de María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana sino que la empobrecerá. Probablemente hemos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecernos con su ausencia casi total en nuestras vidas.
María es la Madre de Cristo. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a sí numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su gracia. Hoy María no es sólo Madre de Jesucristo. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los creyentes. Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año que hoy comienza •




















