Twenty-sixth Sunday in Ordinary Time (Cycle B)

J. de Wit, Moses elects the Council of Seventy Elders (1737), interior of the City Hall in Amsterdam

Most of us here have been faithful Catholics throughout our lives. We have attended Mass weekly from our earliest days. We have been constantly fighting temptations and seeking forgiveness for the times we have failed. Most of the us here do not just go to Church on Sundays; we try to pray every day. We see how the Holy Spirit continually works in the Church. We have been disappointed and saddened by those priests and religious who have not been faithful to their vocations. Although for everyone who has caused scandal, we know of hundreds of others who have been dedicated servants of the Church. We also know that the Catholic Church is the original Church and has been faithful to Christ for two thousand years. But then we also see how the Lord is working in other faiths. So many determined Christians of various religions, so many faith-filled people who do not confess Jesus Christ, are living for God, serving Him in the poor. This Lutheran congregation is determined to reach out to the homeless. That Jewish community has established care facilities for sick and destitute people of all faiths. We recognize the spiritual leadership of Dietrich Bonhoeffer, a Lutheran, Mahatma Ghandi, a Hindu, and Martin Buber, a Jew. And so many others. And we know that the Spirit is alive and well in the world working through those within the Catholic Church, and those within the universal Church who themselves do not share in the seven sacraments or might not even believe in Jesus Christ.

Eldad and Medad were not in the tent. They were not present with the seventy who received the Spirit back in the days of Moses. Yet, Eldad and Medad still received the Spirit. «Stop them,» Joshua said. «Why?» asked Moses. Some man was baptizing in the name of Jesus. He was not one of the Twelve. Perhaps he heard Jesus speak and wanted to spread the Gospel. «Stop him,» John said. «Why?» asked Jesus.

We are graced to live in the age of the Spirit. This wonderful time began when the Father and the Son sent the Spirit upon the world. He is the Spirit of God. He is the action of God. He transforms the world by working in the hearts of all good people. And thus, in the Vatican II council document, The Church in the Modern World, the Catholic Church declared that all who are open to God, who are following their consciences, are themselves, in fact, members of the Church, saved by Jesus Christ.

Eldad and Medad may not have been in the tent. But the Spirit still empowered them. Just as the Spirit empowers that husband who had been away from the Church for years, who mocked all things good and holy, but who, when he looked at his family, said that he needed to change his life. He returned and returns daily. He continually asks forgiveness for the time he was away. Now, he is leading his children to God. Eldad and Medad may not be in the tent, but the Spirit still empowers them. Just as the Spirit empowers that woman who had two babies by two different men, and an abortion due to another man, and now, through bitter tears and daily repentance, has chosen God. She works diligently caring for those who also tread the path of death she had been on, for those who have offended against the dignity of Christianity as she had offended against life. The Spirit is present in the Catholic Church. Jesus is present in the Blessed Sacrament. But the Spirit is also present where we, foolish human beings with our feeble attempts to limit God’s power, least expect to find Him! Eldad and Medad were not in the tent. There was a man baptizing in Jesus’ name who was not one of the Twelve. How can this be? Well, simple: No one can control the Spirit! He is God, the action of Love that has been unleashed upon the world through the Gift of the Father and the Sacrifice of the Son. As a community gathered together at the altar of the Lord, let us thank God today for the wonders of the Holy Spirit, in our lives, in our Holy Catholic Church, in our parish, and in the whole world • AE


St. Joseph Catholic Church (Dilley, TX) • Weekend Schedule

Fr. Agustin E. (Parish Administrator)

Saturday September 28, 2024.

5.00 p.m. Sacramento de la Confesión

6.00 p.m. Santa Misa.

Sunday, September 29, 2024

8.00 a.m. Sacrament of Reconciliation

8.30 a.m. Holy Mass.

10.30 p.m. Sacrament of Reconciliation.

11.00 a.m. Holy Mass.

Friday, October 4, 2024

First Friday Devotion

5.00 p.m. Sacrament of Confession

6.00 p.m. Holy Mass

6.45 p.m. Eucharistic Exposition & Benediction


XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

Pieter Brueghel el Viejo, La torre de Babel (De Toren van Babel), 1563, Óleo sobre tabla, Museo de Historia del Arte, Viena (Austria)

Con frecuencia los cristianos no terminamos de superar una mentalidad como de casta privilegiada (sic) que nos impide apreciar todo el bien que se realiza en ámbitos alejados de la fe. Casi inconscientemente, tendemos a pensar que somos los únicos portadores de la verdad, que el Espíritu de Dios sólo actúa a través de nosotros. Que tenemos el monopolio de la verdad y de la salvación, pa’cabar pronto. Una falsa interpretación del mensaje de Jesús nos ha conducido a veces a identificar el reino de Dios con la Iglesia. Según esta concepción, el reino de Dios se realizaría dentro de la Iglesia, y crecería y se extendería en la medida en que crece y se extiende la Iglesia. Y sin embargo, no es así. El reino de Dios se extiende más allá de la institución eclesial. No crece sólo entre los cristianos sino entre todos aquellos hombres de buena voluntad que hacen crecer en el mundo la fraternidad. Según Jesús, todo aquél que echa demonios en su nombre está con Él. Todo hombre, grupo o partido capaz de echar demonios de nuestra sociedad y de colaborar en la construcción de un mundo mejor, está, de alguna manera, abriendo camino al reino de Dios.

Es fácil que también a nosotros como a los discípulos, nos parezca que no son de los nuestros, porque no entran en nuestras iglesias ni asisten a nuestros cultos. Sin embargo, las palabra del Señor en evangelio de este domingo son meridianamente claras: el que no está contra nosotros, está a favor nuestro. Todos los que, de alguna manera, luchan por la causa del hombre, están con nosotros. Secretamente, quizás -decía G. Crespy- pero realmente, no hay un sólo combate por la justicia que no esté silenciosamente en relación con el reino de Dios, aunque los cristianos no lo quieran saber. Allí donde se lucha por los humillados, los aplastados, los débiles, los abandonados, allí se combate en realidad con Dios por su reino, se sepa o no, él lo sabe». Los cristianos deberíamos pues valorar con gozo todos los logros humanos grandes o pequeños, y todos los triunfos de la justicia que se alcanzan en el campo político, económico o social, por pequeños que puedan parecer. Los gobernantes que luchan por una sociedad más justa, los periodistas que se arriesgan por defender la verdad y la libertad, los obreros que logran una mayor solidaridad, los profesores que se desviven por educar para la responsabilidad, aunque no parezcan siempre ser de los nuestros, están a favor nuestro si se esfuerzan por un mundo más humano y justo. Lejos de creernos portadores únicos de salvación, los cristianos deberíamos ver con ojos agradecidos esa corriente de bondad que se abre camino en la historia de los hombres, no sólo en la Iglesia, sino también junto a ella y más allá de sus instituciones.

En la última jornada de su viaje por Asia, Papa Francisco dijo lo siguiente: «Una de las cosas que más me ha impresionado de ustedes, los jóvenes, que están aquí, es la capacidad de diálogo interreligioso. Y esto es muy importante, porque si empiezan a discutir —“mi religión es más importante que la tuya”, “La mía es la verdadera, en cambio la tuya no es verdadera”—. ¿Adónde lleva todo esto? ¿A dónde?, que alguien responda ¿a dónde? [alguien responde: “A la destrucción”]. Y así es. Todas las religiones son un camino para llegar a Dios. Y, hago una comparación, son como diferentes lenguas, como distintos idiomas, para llegar allí. Porque Dios es Dios para todos. Y por eso, porque es Dios para todos, todos somos hijos de Dios. “¡Pero mi Dios es más importante que el tuyo!” ¿Eso es cierto? Sólo hay un Dios, y nosotros, nuestras religiones son lenguas, caminos para llegar a Dios. Uno es sijs, otro, musulmán, hindú, cristiano; aunque son caminos diferentes. Understood? Sin embargo, para el diálogo interreligioso entre los jóvenes se requiere valentía. Porque la juventud es la edad de la valentía. Pero mientras podrías tener esa valentía para hacer cosas que no te ayudarían, sería mejor tener valentía para avanzar y para el diálogo». Aquella tarde el mundo ardió en llamas y el Santo Padre fue tachado de hereje y apóstata.

Pasados unos días es bueno recordar que la creatividad del espíritu humano creó y desarrolló a lo largo de la historia numerosas lenguas para enunciar la realidad y tratar con ella. No hay ninguna falsa. Todas son verdaderas, aunque “digan” la realidad de forma diferente y en desigual medida. No todas tienen la misma sintaxis ni amplitud de vocabulario. En algunas se han escrito textos de infinita hondura y significación. Otras no han traspasado el umbral de lo oral. Pero cualquier hablante encuentra en su lengua materna –sea cual sea– un camino acertado, digno y verdadero de llegar al misterio de lo real y, hasta cierto punto, de emboscarse con éxito en su espesura. No existe la gramática completa, el vocabulario absoluto, la lengua perfecta. El tesoro infinito de la realidad no cabe en ninguna de ellas, aunque en todas, desigualmente, se refleja con brillantez y verdad.

De lo anterior podríamos concluir que Dios no cabe en ninguna religión. A todas las supera. Pero las religiones, entre yerros y desviaciones, también alumbran destellos de verdad. Por eso acierta el Papa cuando –incluyendo al cristianismo– utiliza la comparación de la variedad de lenguas para instar al diálogo interreligioso. Quien aprende una lengua no aprende solo frases y palabras. Se introduce en una nueva forma de concebir el mundo. Quien aprende una religión no aprende únicamente ritos y textos. Se zambulle en una nueva forma de acercarse al infinito misterio de Dios. Es mejor estudiar y aprender religiones que perseguirlas. Acercarse a ellas que ignorarlas. Dialogar en paz ante Dios que matarse en su nombre.

El carácter infinito de lo real –parece decirnos el Santo Padre– nos puede ayudar a iluminar el carácter infinito de Dios. Y en ese balbucir de toda lengua comprendemos los balbuceos de nuestro culto, nuestros dogmas y nuestra oración. Los cristianos confesamos que en nadie como Jesucristo se transparenta el amor absoluto que Dios es. Pero no olvidamos que el misterio de ese amor absoluto, aun en su máxima revelación, permanece misterio. La realidad es a las lenguas lo que Dios a las religiones. Misterio esencial. Misterio inefable. El Santo Padre solo hizo una comparación, y lo hizo, dicho sea de paso, muy bien • AE


¿qUÉ pODríAmOS lEer?


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