
E. Hopper (1882–1967), Sunlight on Brownstones (1956), oil on canvas, Wichita Art Museum.
Ordinary Time begins. After weeks of incense and alleluias, white vestments and solemn processions, the Church returns to her quiet rhythm. The green returns. The days stretch long beneath the summer sun, and the Gospel turns to simple things. Jesus sends seventy-two disciples. Not the Twelve. Not the famous. Just seventy-two — unnamed, unadorned, obedient. He sends them ahead, two by two, into villages with no guarantee of welcome. They carry no money, no sandals, no plans. Only peace. Only presence. Only the Kingdom. This is the wisdom of the Gospel: that the world is changed not by spectacle, but by fidelity. Not by heroes, but by those who show up. In homes. In conversations. In silences. The mission does not need a stage — only a heart that says yes. George Eliot, in the final lines of Middlemarch, wrote of lives that rest “in unvisited tombs,” yet shaped the world through hidden goodness. Such is the way of the seventy-two. Such is the way of those sent in Ordinary Time. There is music that echoes this hidden grace — like Fauré’s Sicilienne, whose melody moves without urgency, touching light into shadow. It does not seek attention. It simply is. Perhaps this is the invitation of this season: to trust the quiet hours, to walk the simple paths, and to believe that even unnamed disciples carry eternity in their hands • AE

Independence Day 2025

God of mercy and justice,
on this day we thank You
for the gift of our country,
for the blessings of freedom,
and for all who have worked, fought, and prayed
to build a more just and peaceful nation.
Grant wisdom to our leaders,
integrity to our institutions,
and courage to every citizen,
that we may seek the common good
and protect the dignity of every human life,
from conception to natural death.
Inspire us to be peacemakers in a divided world,
builders of bridges, not walls,
and servants of Your Kingdom
within our homes, our communities, and our land.
Bless America, Lord—not for greatness alone,
but for goodness,
for generosity,
and for a heart always open to the stranger,
the poor, and the forgotten.
We entrust this nation to the Immaculate Heart of Mary,
and to the guidance of the Holy Spirit,
so that, walking in Your truth,
we may become a people of hope.
Through Christ our Lord.
Amen.

St. Joseph Catholic Church (Dilley, TX) • Weekend Schedule

Fr. Agustin E. (Parish Administrator)
Saturday, July 5, 2025.
5.00 p.m. Sacramento de la Confesión
6.00 p.m. Santa Misa.
Sunday, July 6, 2025
8.00 a.m. Sacrament of Reconciliation
8.30 a.m. Holy Mass.
10.30 p.m. Sacrament of Reconciliation.
11.00 a.m. Holy Mass.
XIV Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo)

Con este domingo comienza nuevamente el Tiempo Ordinario. Después del largo y solemne recorrido de Cuaresma, Pascua, Pentecostés y Corpus Christi, la liturgia retorna a su cauce habitual. No por eso menos profundo. La fe, como la vida, también se sostiene en el andar sereno de los días comunes. En el calor inmóvil del verano, bajo cielos amplios y caminos polvorientos, el Evangelio narra el envío de setenta y dos discípulos. No reciben oro ni estrategias, sino una palabra de paz y la promesa de que el Reino de Dios está cerca. Son enviados sin certezas visibles, como corderos entre lobos, a habitar lo concreto, lo inmediato, lo posible. Así emerge una de las intuiciones más hondas de la espiritualidad cristiana: el Sacramento del Momento Presente. Lo eterno no está reservado a tiempos extraordinarios, sino que se esconde en el ahora, si se lo habita con fidelidad. No existe otro terreno para la gracia que este instante, ni otro lugar para el Reino que el aquí. Emily Dickinson escribió: “Forever – is composed of Nows.” La eternidad no vendrá: ya se construye, nota a nota, paso a paso. Como en el Aria de la Suite No. 3 de Bach, donde cada compás sostiene una belleza que no se impone, pero que permanece. El Reino no se anuncia desde lejos. Se ofrece desde dentro del tiempo. Y el tiempo, cuando es ofrecido, se vuelve cielo • AE

¿Qué ha dicho el santo Padre León XIV?

Estimados hermanos y hermanas:
Con profundo respeto y reconocimiento, poco más de un mes del inicio de mi Pontificado, pero recordando con gratitud los casi 40 años desde mi primera misión vivida en el Perú, me uno al estreno de la obra Proyecto Ugaz, que da voz y rostro a un dolor silenciado durante demasiado tiempo. Esta obra no es solo teatro: es memoria, denuncia, y sobre todo, un acto de justicia. A través de ella, las víctimas de la extinta familia espiritual del Sodalicio y los periodistas que las han acompañado —con valentía, paciencia y fidelidad a la verdad— iluminan el rostro herido pero esperanzado de la Iglesia. La lucha de ustedes por la justicia es también la lucha de la Iglesia. Porque como escribí años atrás, “una fe que no toca las heridas del cuerpo y del alma humana, es una fe que no ha conocido aún el Evangelio”. Hoy, esa herida la reconocemos en tantos niños, jóvenes y adultos que fueron traicionados donde buscaban consuelo; y también en aquellos que arriesgaron su libertad y su nombre para que la verdad no fuera enterrada.
Quiero agradecer a quienes han perseverado en esta causa, incluso cuando fueron ignorados, descalificados o incluso perseguidos judicialmente. Como dijo el Papa Francisco en su Carta al Pueblo de Dios en agosto de 2018: “El dolor de las víctimas y de sus familias es también nuestro dolor, y por tanto es urgente reafirmar nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos vulnerables.” En esa misma carta, mi Predecesor, que habló de la estimulante diferencia entre el delito y la corrupción, nos llamó a todos a una conversión eclesial profunda. Esa conversión no es retórica, sino camino concreto de humildad, verdad y reparación.
La prevención y el cuidado no son una estrategia pastoral: son el corazón del Evangelio. Es urgente arraigar en toda la Iglesia una cultura de la prevención que no tolere ninguna forma de abuso —ni de poder o de autoridad, ni de conciencia o espiritual, ni sexual. Esta cultura solo será auténtica si nace de una vigilancia activa, de procesos transparentes y de una escucha sincera a los que han sido heridos. Para ello necesitamos a los periodistas. Hoy quisiera agradecer particularmente a Paola Ugaz por su valentía en acudir el 10 de noviembre de 2022 al Papa Francisco y pedirle amparo ante unos ataques injustos que sufría junto a otros tres periodistas, Pedro Salinas, Daniel Yovera y Patricia Lachira por denunciar los abusos cometidos por parte de un grupo eclesial radicado en varios países pero nacido en Perú. Entre las numerosas víctimas de abusos, también las había de abusos económicos, los comuneros de Catacaos y Castilla, lo cual hacía aún más intolerable lo denunciado.
Desde el inicio de mi pontificado, cuando tuve el privilegio de dirigirme por vez primera a los periodistas reunidos tras el cónclave, subrayé que “la verdad no es propiedad de nadie, pero sí es responsabilidad de todos buscarla, custodiarla y servirla”. Aquel encuentro fue más que un saludo protocolario: fue una reafirmación de la misión sagrada de quienes, desde el oficio periodístico, se convierten en puentes entre los hechos y la conciencia de los pueblos. Incluso con grandes dificultades.
Hoy, vuelvo a elevar la voz con preocupación y esperanza al mirar hacia mi amado pueblo del Perú. En este tiempo de profundas tensiones institucionales y sociales, defender el periodismo libre y ético no es solo un acto de justicia, sino un deber de todos aquellos que anhelan una democracia sólida y participativa. La cultura del encuentro no se edifica con discursos vacíos ni con relatos manipulados, sino con hechos narrados con objetividad, rigor, respeto y valentía. Exhortamos, pues, a las autoridades del Perú, a la sociedad civil y a cada ciudadano a proteger a quienes, desde las radios comunitarias hasta los grandes medios, desde las zonas rurales hasta la capital, informan con integridad y coraje. Donde se silencia a un periodista, se debilita el alma democrática de un país. La libertad de prensa es un bien común irrenunciable. Los que ejercen esta vocación con conciencia no pueden ver apagada su voz por intereses mezquinos o por miedo a la verdad. A todos los comunicadores peruanos me atrevo a decirles con afecto pastoral: no teman. Con su trabajo pueden ser artífices de paz, unidad y diálogo social. Sean sembradores de luz en medio de las sombras. Por ello, hago mis votos para que esta obra sea un acto de memoria, pero también un signo profético. Que despierte corazones, remueva conciencias, y nos ayude a construir una Iglesia donde nadie más deba sufrir en silencio, y donde la verdad no sea vista como amenaza, sino como camino de liberación. Con mi oración, mi afecto y mi bendición apostólica, León PP. XIV Roma, 2025 •

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