
Llorabas tú, al umbral del sepulcro abierto,
el alba aún velaba la mañana,
y el huerto —como el alma— era una arcana
soledad donde Dios ya estaba despierto.
Llorabas tú, sin miedo ni desierto,
buscando al que encendió tu fe temprana,
y al ver al que creíste un simple hortelano,
¡la voz del Maestro te llamó por dentro!
“¡María!”, dijo. Y todo se hizo canto.
Tu nombre fue el umbral de la victoria,
primicia del Amor, testigo santo.
Tu gozo fue la antífona de la historia:
la Pascua comenzó con tu quebranto,
y el alba fue el primer rumor de gloria •
