
Priamo della Quercia, La Divina Commedia di Dante, Inferno, Canto XX: The Diviners (15th century), The British Library (London)
This year, the Commemoration of All the Faithful Departed falls on a Sunday. The rhythm of our weekly gathering and the memory of our beloved dead suddenly meet at the altar. It feels less like an interruption and more like a reminder: resurrection is not a marginal note in Christian life, but its very center. The Gospel speaks into this moment: “I will not reject anyone who comes to me… This is the will of my Father, that everyone who sees the Son and believes in him may have eternal life, and I shall raise him on the last day.” These words are meant to be heard when we carry absence in our hearts. They are Christ’s way of saying: you, and those you love, are never forgotten. Dante knew something of this tension. In the Divine Comedy, he describes the journey of souls through shadow into light, always drawn forward by Love. The final line—“the Love that moves the sun and the other stars”—is less poetry than theology. It is the same Love Christ reveals today: the Father’s will that none should be lost. And sometimes music makes that promise more tangible than words. Mozart’s Requiem gives voice to both sides of the human heart: the terror of judgment in the Dies Irae, and the luminous hope of the Lux Aeterna. Listening, one discovers that even grief can carry a hidden radiance—because in Christ, death has already been answered by resurrection. So as we pray this Sunday for all the faithful departed, we hold fast to this promise: I will not reject anyone who comes to me. In that assurance, our mourning becomes intercession, and our intercession becomes hope • AE
Mozart’s Requiem in D minor is one of the most powerful pieces of sacred music ever composed. Written in 1791, during the final months of his life, it remained unfinished at his death and was later completed by his student Franz Xaver Süssmayr. The work is filled with both drama and consolation: the thunder of the Dies Irae captures humanity’s fear of judgment, while the gentle Lacrimosa and Lux Aeterna breathe hope in God’s mercy. Far more than a funeral mass, the Requiem is a prayer set to music—a cry of the human heart that moves from darkness to light, from mortality to the promise of eternal life.

St. Joseph Catholic Church (Dilley, TX) • Weekend Schedule

Fr. Agustin E. (Parish Administrator)
Saturday, November 1, 2025.
10.00 a.m. Solemnity of All Saints (not a holiday of obligation on 2025)
5.00 p.m. Sacramento de la Confesión
6.00 p.m. Santa Misa.
Sunday, November 2, 2025
The Commemoration of All the Faithful Departed
(All Souls)
8.00 a.m. Sacrament of Reconciliation
8.30 a.m. Holy Mass.
10.30 p.m. Sacrament of Reconciliation.
11.00 a.m. Holy Mass.
Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos (2025)

Andrea Mantegna, Cristo desciende al Limbo (1470–1475), óleo sobre tabla, Barbara Piasecka Johnson Collection, en préstamo a la Colección Frick (Nueva York)
El Evangelio de este domingo, en que conmemoramos a todos los fieles difuntos nos ofrece una promesa que atraviesa la niebla de la muerte: “La voluntad de mi Padre es que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.” La fe cristiana no es una teoría acerca del más allá, sino una certeza fundada en Cristo resucitado. Cuando nos reunimos para rezar por nuestros difuntos, no lo hacemos para calmarnos con palabras bonitas, sino para afirmar algo mucho más radical: que el amor de Dios es más fuerte que la muerte. Hay un aspecto profundamente humano en esta liturgia. Recordar a los que se han ido despierta lágrimas y vacíos. Pero en el corazón de la Iglesia, esas lágrimas se convierten en oración. Somos un pueblo que no llora solo: nuestras voces se entrelazan en la Eucaristía y en la intercesión, convencidos de que el vínculo con quienes nos precedieron no se rompe, sino que se transforma. La literatura también lo intuyó. En las páginas de Pedro Páramo, Juan Rulfo nos muestra un pueblo habitado por voces de los muertos, un espacio donde el pasado no deja de hablar. Aunque esa obra está marcada por el desgarro y la desolación, la fe nos enseña a escuchar esas mismas voces con esperanza: no como ecos de condena, sino como llamados a la comunión definitiva que Cristo promete. Y la música puede llevarnos aún más lejos. Brahms, en su Requiem Alemán, no siguió el esquema litúrgico del réquiem católico, sino que eligió pasajes de la Escritura que hablan de consuelo y vida. En lugar de comenzar con el “día de la ira”, abre con palabras luminosas: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.” La obra entera es una meditación en música sobre la esperanza que brota en medio del duelo. Escuchándola, comprendemos que la fe no niega el dolor, pero lo transforma en confianza. Por eso este domingo, que une el ritmo habitual de la Misa dominical con la memoria de todos los fieles difuntos, no es un día de luto sin salida. Es una proclamación de fe: Cristo no rechaza a nadie que viene a Él. Y si nuestro corazón sigue recordando con nostalgia a quienes amamos, es porque Dios mismo nos hizo para reencontrarnos en la vida eterna. Hoy, entre lágrimas y oraciones, repetimos con confianza la certeza más simple y más grande: Él nos resucitará en el último día • AE
El Réquiem Alemán de Johannes Brahms (1868) no sigue la misa de difuntos tradicional, sino que reúne textos bíblicos que hablan de consuelo y esperanza. En lugar de comenzar con el temor del juicio, se abre con una bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.” Es una obra escrita más para los vivos que para los muertos: música que abraza el dolor, lo eleva, y lo convierte en confianza. Una oración en notas que nos recuerda la promesa de Cristo: “Yo lo resucitaré en el último día.” La versión que compartimos aquí está dirigida por el gran Herbert von Karajan, grabada en el Großes Festspielhaus de Salzburgo en 1978, una de las interpretaciones más intensas y conmovedoras de esta obra.

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