
La Virgen de Guadalupe no aparece para demostrar poder, aparece para curar el miedo. No levanta la voz, no impone, no deslumbra con fuego del cielo: se acerca como madre, se presenta con palabras que todavía hoy estremecen por su suavidad —“¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”— y en esa sola frase redefine toda una historia de dolor, derrota y humillación. Guadalupe no es primero un prodigio botánico ni una imagen impresa milagrosamente; es, antes que nada, una respuesta de Dios a un pueblo herido que había aprendido a desconfiar del futuro. Lo verdaderamente revolucionario de Guadalupe no son las rosas, sino el modo en que Dios decide hablar: no desde el centro del poder, sino desde la periferia; no a los sabios, sino a un hombre sencillo; no con amenazas, sino con consuelo. En un mundo marcado por la conquista, la violencia y el despojo, María no viene a justificar nada, viene a proteger lo frágil. Y eso sigue siendo escandalosamente actual. Guadalupe nos revela un rasgo profundo del Evangelio: Dios no irrumpe como dueño que exige, sino como Madre que acompaña. No borra la historia de sufrimientos, pero la habita. No elimina la cruz, pero la vuelve fecunda. Por eso esta fiesta no es solo mexicana, es un espejo del corazón cristiano: allí donde todo parece perdido, Dios no se retira… se acerca más. Celebrar Guadalupe no es repetir una leyenda: es reconocer que la fe verdadera siempre tiene acento de ternura, lengua de consuelo y rostro materno. Y eso, más que rosas, es el milagro que sigue floreciendo • AE

Viernes 12 de Diciembre, 2025.
6.00 a.m. Mañanitas y Santo Rosario
7.00 a.m. Santa Misa (Bilingue)
6.00 p.m. Santa Misa (Bilingue)
7.00 p.m. Recepción en St. Joseph Hall










