Nineteenth Sunday in Ordinary Time (Cycle C)

G. de La Tour, Magdalene with the Smoking Flame, c. 1640, Oil on canvas, Musée du Louvre (Paris)

It’s not easy to wait when you don’t know exactly what — or who — you’re waiting for. We’d rather schedule things. We like knowing the time, the place, the terms. But Jesus doesn’t give us that. He gives us something better: a promise. “Do not be afraid, little flock, for your Father is pleased to give you the Kingdom.” That single line changes everything. We are not waiting in fear. We are waiting in trust. Our God is not coming to catch us off guard, but to take us home. And still… he says Be ready. Keep your lamps burning. Loosen your grip on possessions. Give. Watch. Serve. There’s something sacred about this kind of alertness — not the anxious kind, but the quiet readiness of someone who loves.

Saint-Exupéry, in The Little Prince, describes this beautifully. The fox tells the boy: “If you come at four in the afternoon, I’ll begin to be happy by three.” Love makes us ready — not just for the arrival, but for the joy of preparing. A heart that loves is a heart that lives awake. That’s what Jesus praises: not brilliance, not power, not productivity, but vigilance — the servant who stays faithful even when no one’s watching, the steward who feeds others even when the master seems far off. This is holiness: to live each ordinary day as if heaven were drawing near. But this Gospel also confronts us. “To whom much is given, much will be required.” And you — yes, you reading this — have been given much. Faith, grace, opportunities, truth, time. What are you doing with it? Maybe today’s the day to shift your weight a little. To let go of what clutters the soul. To simplify, forgive, pay attention. To light your lamp again — even if the oil feels low. That’s what readiness looks like. I heard a piece the other day — Lento by Howard Skempton. Just piano and strings. Nothing loud, nothing showy. It sounded like someone waiting at a window. Expectant. Peaceful. Almost invisible. And yet completely present. That’s the kind of music — and the kind of life — that knows how to welcome the Master when he knocks AE


St. Joseph Catholic Church (Dilley, TX) • Weekend Schedule

Fr. Agustin E. (Parish Administrator)

Saturday, August 9, 2025.

10.00 a.m. Sacrament of Baptism

5.00 p.m. Sacramento de la Confesión

6.00 p.m. Santa Misa.

Sunday, August 10, 2025

8.00 a.m. Sacrament of Reconciliation

8.30 a.m. Holy Mass.

10.30 p.m. Sacrament of Reconciliation.

11.00 a.m. Holy Mass.


XIX Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

E. Degas, La espera (1882), pastel sobre papel, Getty Center (Los Ángeles)

¿Y si hoy viniera? La pregunta no es nueva, pero sigue ardiendo como una brasa en el alma: ¿y si hoy viniera el Señor? No como amenaza ni profecía de catástrofe, sino como posibilidad real. Como eso que podría pasar mientras estás preparando café, respondiendo correos o esperando que cambie la luz del semáforo. ¿Estás listo? ¿Tu corazón —ese espacio donde guardas lo que más amas— está encendido?

Jesús no habla hoy desde la dureza, sino desde la ternura: “No temas, pequeño rebaño.” Es una de esas frases que uno querría bordar en la funda de la almohada, para recordarla al despertar. Dios no nos quiere asustar, nos quiere despertar. Nos quiere desinstalados, ligeros, vigilantes… no por paranoia, sino por amor. Porque el Reino ya viene. Y viene por sorpresa. El evangelio nos empuja a una fe concreta: que vende, que da limosna, que enciende lámparas, que se arremanga la túnica para servir. Una fe que no se gasta como el oro ni se arruina como la ropa vieja. Una fe que tiene su tesoro en el cielo, y por eso tiene el corazón libre en la tierra. Y sin embargo, la escena más desconcertante no es la vigilancia, sino lo que hace el Señor cuando encuentra a sus siervos despiertos: “Él mismo se ceñirá, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.” ¿Cómo puede ser? El Señor sirviendo a los suyos. El Maestro lavando los pies. El Dueño de todo, convertido en esclavo de los que le esperaron. Ese es el corazón del Evangelio. Un amor que no se impone. Que llega en medio de la noche. Que se inclina. Que sirve. Entonces, ¿cómo quiero vivir hoy? Tal vez vendiendo algo de lo que me sobra. Tal vez ayudando en silencio a alguien que no lo espera. Tal vez encendiendo la lámpara de la oración, sin espectáculo. Tal vez reconciliándome, organizando mi interior, haciendo las paces con lo que soy. Porque “mucho se le pedirá al que mucho se le dio”… y si estás leyendo esto, es porque ya has recibido mucho. Más de lo que a veces recuerdas. Hoy puede ser un buen día para volver a estar listos. No por miedo. Sino por amor. Graham Greene decía que uno no sabe si ha amado bien hasta que se pregunta: “¿estuve dispuesto a esperar?” Quizá la espera más profunda de todas sea la del corazón abierto al Señor, como un farol encendido en la noche. Como esa música lenta, repetitiva, honda, que parece no avanzar pero nos envuelve poco a poco hasta dejar el alma en silencio. Algo así como el segundo movimiento de la Sinfonía n.º 3 de Górecki: una melodía que parece venir de lejos, como una visita que no anuncia la hora, pero llega AE


¿Qué lees?


San Ignacio hoy: ¿por qué sigue importando?

Celebramos hoy a a San Ignacio de Loyola, y podríamos preguntarnos con razón: ¿qué tiene que ver un exsoldado del siglo XVI con nuestra vida espiritual en pleno siglo XXI? Mucho más de lo que parece. Ignacio nació en 1491, hace 534 años, y fundó la Compañía de Jesús en 1540, hace 485 años. Apenas un año después, en 1541, se publicaron por primera vez sus Ejercicios Espirituales. ¿Y por qué siguen tocando el corazón de tantos? Porque Ignacio entendió que la lucha más decisiva no se libra en campos de batalla, sino en el alma. Nos enseñó a discernir. A ordenar los afectos. A buscar a Dios en todo. Y a no tener miedo de mirar dentro de nosotros mismos… para elegir con libertad lo que más nos conduce al amor. En un mundo que nos fragmenta, nos distrae y nos dispersa, Ignacio es un maestro de profundidad y unidad interior. No nos dice qué hacer, sino cómo escuchar a Dios. Su método no envejece porque el alma humana sigue necesitando luz, silencio y dirección. Hoy, más que una devoción, San Ignacio es una invitación: a vivir con propósito, a elegir con sabiduría, y a servir con alegría AE


Eighteenth Sunday in Ordinary Time (Cycle C)

Caravaggio, Narcissus (1599), Oil on canvas, Galleria Nazionale d’Arte Antica, (Rome)

Qoheleth speaks from a place of deep honesty. His words are not bitter—they are lucid. He names the ache that haunts every human generation: the futility of grasping for permanence through things that perish. But in our time, that grasp has taken on a peculiar form: the endless self-gazing mirror of digital life. In the painting Narcissus by Caravaggio, the young man bends over a pool of water, mesmerized by his own reflection. He is so absorbed that he withers—cut off from the world, from love, from transcendence. His arms encircle the water, but he embraces nothing. It is the perfect image of our online selves: scrolling, comparing, curating, performing… and still, somehow, empty. Oscar Wilde, with his usual precision, gives us a similar warning in The Picture of Dorian Gray. Dorian, forever young on the outside, watches his secret portrait—his hidden soul—rot with every vain, selfish, and cruel choice. His beauty becomes his curse. He cannot bear to see the truth, and so he hides it… until it destroys him. Qoheleth would understand. He writes of the one who labors “with wisdom and knowledge and skill” only to hand everything over to someone who never toiled for it. “This also is vanity,” he cries. The legacy we obsess over, the image we fight to maintain, the approval we chase—these are sandcastles. And worse: they distract us from what actually matters. But Christianity never ends in despair. It doesn’t just unmask vanity—it offers truth. The Gospel invites us to step away from the mirror and look toward the Face of the Other. Christ, who had “no beauty that we should desire him,” is the only reflection that can save us. He does not flatter; He frees. He does not demand perfection; He offers communion. The antidote to vanity is not shame—it is love. To fix our gaze not on ourselves but on the Crucified, and in Him, to recover the truth of who we are: beloved, fallen, and redeemed. We are not the sum of our images. We are not our public persona. We are not our metrics. We are not our mirror. So today, let us put our phone down. Silence the urge to perform. Let us go to prayer—not to present yourself to God, but to let Him reveal Himself to you. You may find, to your surprise, that His gaze is nothing like your own. It is not cold or critical. It is full of mercy. And in that mercy, your restless heart may finally rest AE


St. Joseph Catholic Church (Dilley, TX) • Weekend Schedule

Fr. Agustin E. (Parish Administrator)

Friday, August 1, 2025.

6.00 p.m. Holy Mass

6.45.p.m. Eucharistic Adoration (Sacrament of Confession available)

7.45. p.m. Eucharistic Benediction

Saturday, August 2, 2025

5.00 p.m. Sacramento de la Confesión

6.00 p.m. Santa Misa.

Sunday, August 3, 2025

8.00 a.m. Sacrament of Reconciliation

8.30 a.m. Holy Mass.

10.30 p.m. Sacrament of Reconciliation.

11.00 a.m. Holy Mass.


XVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)


G. Bellini, Joven desnuda al espejo (1515), óleo sobre tabla, Kunsthistorisches Museum (Viena)

Vivimos tiempos de inflación del yo. Queremos que nos miren, que nos validen, que nos reconozcan. Y no de cualquier forma: exigimos ser admirados, celebrados, envidiados incluso. Lo disfrazamos de autoestima, pero en el fondo hay algo ansioso y frágil: el deseo constante de gustar, de no pasar desapercibidos, de construir una identidad que cause efecto. La red nos tienta a crear una versión ideal de nosotros mismos, con filtros y eslóganes, con frases que “inspiran” pero no transforman. Todo está calculado: la pose, la frase, el hashtag. Y sin embargo, cuanta más atención recibimos, más vacíos nos sentimos. Más pendientes del espejo. Más desconectados del alma. Emma Bovary, en la célebre novela de Flaubert, lo encarna con precisión dolorosa: cansada de su realidad, persigue una vida de emociones fuertes, belleza idealizada, experiencias intensas. Quiere ser alguien, sentirlo todo, tenerlo todo. Pero su narcisismo emocional la devora. No sabe amar ni dejarse amar. Solo proyecta y desea. Vive entre ficciones. Y acaba destruida. Nos puede pasar lo mismo: confundimos ser con ser vistos. Y no hay nada más agotador que vivir para los ojos de los demás. Frente a esa neurosis narcisista, Cristo es radicalmente distinto. Él no se promovió. No buscó «seguidores». No fabricó una imagen. Fue pobre, oculto, silencioso. Se despojó de todo brillo exterior para mostrarnos la gloria real del amor: la que no necesita llamar la atención. La humildad de Jesús no es baja autoestima: es libertad. Él no necesita demostrar nada porque está completamente enraizado en el amor del Padre. Su vida no gira en torno al “yo” sino al “tú”. Por eso sana. Por eso da descanso. Por eso, al mirarlo, el alma se desinfla… y respira.

Hay una cantata de Bach que lo expresa con sobrecogedora belleza: Ich habe genug – “Ya tengo bastante”. La canta un alma que ha descubierto que Dios basta. Que no necesita probar su valor ni ganar la estima del mundo. Que ha encontrado reposo en ser mirada por Dios y no por el público. Cuando uno llega a ese punto, se termina el teatro. Se callan los gritos interiores. Se puede vivir con paz. Se puede amar de verdad. Tal vez por eso, en este mundo donde todos parecen gritar “¡mírenme!”, el verdadero acto revolucionario sea bajar la voz, mirar a Cristo, y decir: basta de espejos; yo ya tengo bastante AE


+ Lecturas de Verano


Fiesta de Santiago, Apóstol (2025)

Apóstol del camino y del secreto,
portando el libro y la bordona alzada,
tu paso abrió la senda estrellada
que cruza el alma, libre y sin amuleto.

No buscas tronos: sólo el ancho reto
de andar con Cristo, luz enamorada.
Y cada piedra, lágrima tallada,
te vuelve altar, evangelio discreto.

Vieira en el pecho, polvo en la mirada,
cruzas el mundo sin pedir señales:
el Reino es de los pies que no se paran.

Tu fiesta es canto, es marcha consagrada.
Nos llamas, Santiago, desde los umbrales:
¡levántate y camina! —Dios te aguarda

Seventeenth Sunday in Ordinary Time (Cycle C)

Some requests are born of quiet awe. Like the moment when a disciple, watching Jesus at prayer, simply says: “Lord, teach us to pray.” He doesn’t ask for a miracle, a sign, or a deep teaching. He just wants to learn how to pray —like that. Because watching Jesus pray, he intuits something deeper than words: prayer is the heart of his life, his strength, his refuge, his secret joy. And Jesus doesn’t respond with a system, a theory, or a mystical technique. He just says: “When you pray, say: Father.” That’s it. Just that one word —Father— and everything unfolds. No fancy phrases. No complicated instructions. The starting point of all Christian prayer is not eloquence, but relationship. The one who prays as Jesus did, prays as a child: freely, confidently, with trust that the Father is not a distant ruler, but a loving presence who always listens. That’s why Jesus tells a little story about someone knocking at midnight, asking for bread. Not to show that God is reluctant to help, but to say: don’t stop asking. Not because God is hard to persuade, but because prayer changes us. It matures our desire. It purifies our motives. It draws us deeper into communion. Most of all, it teaches us that the greatest gift is not what we ask for —but the very Spirit of God.

The real miracle of prayer is not getting what we want, but learning to want what God gives. Not changing God’s mind, but letting God reshape ours. “What father,” Jesus says, “would give his child a snake instead of a fish?” The answer is obvious. And if we, who are flawed, still know how to give good gifts, how much more will our heavenly Father give the Holy Spirit to those who ask? Maybe that’s what prayer is really about: not fixing things, but receiving the Spirit. Not controlling the outcome, but learning to dwell in trust. Not escaping reality, but entering it with open eyes and a hopeful heart. Music can open that space too. Maurice Duruflé’s Pater Noster, based on the solemnity of Gregorian chant, doesn’t try to impress. It simply rises —quietly, reverently— like a whispered “Father” in the stillness of night. And literature, too, can carry us there. In Middlemarch, George Eliot writes, “Prayer is the strongest thing a man can do.” And she’s right. True prayer is never passive. It’s the soul’s way of standing firm —in suffering, in beauty, in longing— trusting that God is near, and still at work. So maybe the most honest, most human, most powerful prayer we can offer is still the same: Lord, teach us to pray. And stay with us as we learn • AE


St. Joseph Catholic Church (Dilley, TX) • Weekend Schedule

Fr. Agustin E. (Parish Administrator)

Saturday, July 26, 2025.

5.00 p.m. Sacramento de la Confesión

6.00 p.m. Santa Misa.

Sunday, July 27, 2025

8.00 a.m. Sacrament of Reconciliation

8.30 a.m. Holy Mass.

10.30 p.m. Sacrament of Reconciliation.

11.00 a.m. Holy Mass.


XVII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

Hay peticiones que nacen de una intuición silenciosa, como la de aquel discípulo que vio a Jesús rezando y se atrevió a decir: “Señor, enséñanos a orar”. No le pidió un milagro, ni una enseñanza espectacular. Le pidió aprender a entrar en el corazón mismo de Jesús. Porque al verlo orar, comprendió —quizá sin palabras— que la oración era el secreto de su vida, su fuente, su alimento, su casa. Jesús no responde con teorías ni con normas. Dice simplemente: “Cuando oren, digan: Padre”. Y en esa palabra está todo. No un título genérico, sino una relación. No una fórmula mágica, sino un vínculo. No hay oración cristiana sin filiación. El que ora como Jesús lo hizo, ora como hijo. Ora con confianza, con ternura, con la libertad de quien sabe que el Padre no juega a esconderse, ni a castigar, ni a manipular. Solo sabe amar. Por eso el Padre no es presentado como un juez severo ni como un amo poderoso, sino como alguien que escucha incluso de noche, aunque ya esté con la puerta cerrada y los hijos acostados. Jesús nos invita a insistir, no porque Dios sea difícil de convencer, sino porque la insistencia nos transforma. Perseverar en la oración es dejar que el deseo madure. Es aceptar que no todo se resuelve enseguida, y que muchas veces lo que necesitamos no es que cambie el mundo, sino que cambie nuestro corazón. Ese es el verdadero milagro de la oración: no que Dios haga nuestra voluntad, sino que nosotros entremos en la suya. No que las cosas salgan como queremos, sino que aprendamos a vivir en clave de confianza. “¿Qué padre le daría a su hijo una serpiente cuando pide un pez?”, pregunta Jesús. Y la respuesta es tan clara que no necesita explicación. Dios no da cosas peligrosas cuando le pedimos lo bueno. Pero su mayor regalo no es el pan ni la salud ni la solución inmediata. Su mayor regalo es el Espíritu. El Espíritu que consuela, que guía, que purifica, que sostiene. Tal vez por eso, cuando ya no sabemos qué pedir, o cómo seguir, lo más cristiano que podemos hacer es repetir esa súplica sencilla y luminosa: Señor, enséñanos a orar. No para decir cosas bonitas, ni para lograr efectos, sino para aprender a estar. A confiar. A vivir como hijos. La música también puede ayudarnos a entrar en esa clave. Pienso en el Pater Noster de Arvo Pärt, con su sobriedad casi monástica y su línea melódica inspirada en el canto gregoriano. No busca impresionar, sino elevar. Como quien susurra “Padre” en medio del silencio, sabiendo que el verdadero milagro ocurre en lo escondido. Y en la literatura, esta escena evangélica recuerda una frase inolvidable de George Eliot en Middlemarch: “La oración es lo más fuerte que un hombre puede hacer.” En una novela llena de tensiones humanas, Eliot intuye que la oración no nos aleja del mundo, sino que nos ancla en él con mayor compasión. El que ora, no evade la realidad: la atraviesa con los ojos abiertos • AE


Libros + Música + Verano